lunes, septiembre 19, 2011

Aquí...

       No creo que se me haga fácil dilucidar nuevamente mientras intento reacomodar mis pensamientos, encuadrar cada una de las palabras que pueden transformarse en un mensaje de auténtico “grito“ de libertad. Después de haber pasado toda la tarde llorando por la suerte de Dostoyesvki a través de una infortunada biografía que culmina en gloria literaria muy a su pesar en vida y después de ella. La paciencia e inteligencia intelectual de un Troyat me deslumbró antes con la vida de Pedro el Grande. Ahora, con Fiodor Mijailovich me conmovió hasta los huesos. Ha tiempo que he leído tanto y nunca escuché entre líneas e incluso en los mismos párrafos. Todas esas novelas, aquellos tratados medievales, o ensayos filosóficos e históricos, siempre los ojeé, nunca los oí. Y es que ahora, hoy, acaso me decida escucharlos. Reviso inmediatamente las Confesiones de san Agustín y de nuevo, lloro a lágrima viva. Pues la semana pasada mis orejas eran las más dispuestas a hacer escuchar a mis ojos todo libro que se ponía ante mis manos, el primero, el del santo obispo, el segundo el “De Profundis“ de Wilde y lloré con más ganas. Al culminar su lectura-escucha recapacité y reconocí que es hora de despertar. Lo que poseo ante mi vista y leo no es mío, tampoco puede quedarse conmigo; pues, lo hurté y otros cuantos, incluso algunos CD de Bach y Mahler. El remordimiento y la consideración me hicieron devolverlos a sus dueños lugares, ajenos a mí y a mi casa.


       Acabo de salir de un enclaustramiento involuntario o a veces demasiado voluntario, el miedo, esta vez, me sobrecogió y anduve deambulando cómo aquéllas ánimas sin nombre y deseando jamás ser reconocido. Me amarré a la pata de la cama para cuajarme con el miedo y disimularle al dolor una indisposición infantil demasiado adulta. He intentado borrar todo vestigio de mi ante los demás sin embargo quedé siendo el mismo. Con las mismas taras y con la certeza insoportable de envejecer prematuramente.

       Qué es la libertad si no el alejarse del mundo y agostar el espíritu, desde el amanecer y hasta poco antes de esconderme entre las sábanas a medianoche. Libre, libre, al fin y al cabo… Nada de eso, suena a mentira. Continúo como anacoreta político entre las veleidades del trabajo, de mis deseos literarios y la misoginia que pretendo desterrar también “ha mucho tiempo”. Escupí muchas veces al cielo y de nuevo fui reo de testarudez ¿Qué es la cárcel para mi? Todo y nada. ¿Pisé algún presidio? Muchas veces. Es que, también, existen cárceles sin barrotes, quizá una ideología empolvada y llena de telarañas; tal vez una manía parafílica sembrada en el orfanato, una letanía que va deshaciéndose a medida que olvido repetirla en los momentos más cruciales del día; el cuerpo de una amante cuya lascivia era destructiva; las oficinas públicas o privadas que transito. La cocina de mi madre y, por último la habitación de mi cerebro siempre equidistante entre el pasado remoto y el pasado reciente. Pues el presente aún no habita en ella...

       Todo lo aprehendido queda en reserva para mi espíritu. Fiodor Mijailovich me llama y esta semana la pasaré con él y, es que escuchar a Prokofiev no basta cuando una sinfonía literaria acusa con golpes intransigentes a la puerta de mi pasividad…

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