viernes, octubre 20, 2006

La otra página

Empiezo a restregar con sinuosidad en mi memoria hechos que nunca deseé vivir, o, al menos conjugarlos entre mis sueños.

Ya no soy aquel muchachito que se convirtió en la comparación fastidiosa –según confesión de reminiscencia adolescente- para el hijo de la señora de la tienda, y luego del de todas las madres que me ponían como modelo de buen niño voluntarioso en el barrio; cuando me levantaba temprano a comprar el pan, poner el agua ha hervir, barrer el patio y luego la vereda y regar las plantas. Lo curioso para mí es, por qué casi siempre llegaba tarde a la escuelita, si a treintisiete pasos estaba la puerta de entrada frente a mi casa.
Ni el mismo ccorito que en el último grado de la primaria, asustado al regresar a casa, con el calzoncillo mojado; después de darse trece huacachitas en la piscina más grande de Tingo. Tampoco soy el mozalbete que se masturbaba en medio del patio a mitad de la noche después de mirar la Serie Rosa o, que trepaba el muro de sillar para hurtar guayabas del huerto de la casa de al lado. De pronto, tengo entre ceja y ceja los rostros de todos mis coterráneos contemporáneos que circundaron mi andar por el colegio, están sonriéndome esperando, que de mí saliera alguna travesura, como halar las lonchas de mis compañeras, escupirles en la cara o dejarlas sin refrigerio.

Vuelvo a recordar las constantes fallas de mí caminar, que hicieron olvidara comportarme cómo el hombre que soñé ser; mientras veía las páginas de Playboy; no el superdotado de la fotografía de calatos haciendo malabares circenses sobre una rubia de protuberancias exquisitas al borde de un escritorio de oficina californiana, sino, aquel que está en el anuncio de relojes deportivos en una playa de las Bahamas con una copa de piña colada protegida por una sombrilla azul. Así me imaginaba, pero, no quería estar acompañado con la chica de bikini que le bañaba la espalda con bronceador. Solo, siempre solo, yo y el mar soportando displicentemente al sol...