jueves, junio 04, 2009

Otra vez Eusebio

Me encontró en la calle, quería hacerme preguntas de las que a uno le inquieta dar respuestas inmediatas. Llevaba un montón de palabras listas a apuntarlas en mi cuadernillo que llevo siempre en el bolsillo del pantalón. Cuando pienso en escribirlas, me provocan anotarlas en cada cinco o seis palabras, con tres puntos suspensivos, cómo si quisiera seguir dejando en el aire ideas muy propias de mí. Precisamente cuando salía de una tienda de libros. Tardó en dirigirme una primera palabra. Notó que tenía la cabeza gacha y extremadamente pensativo en mí andar ¿En qué piensas? Dijo, cuando levanté la vista para evitar chocarme con él. Le respondí con una mayestática mirada rabiosa como saludo. No quería yo perder la pista a la retahila de imágenes que imploraban ser descritas sin verbosidad con mis manos. Es cierto, tengo las manos desesperadamente impacientes por escribir. No sé por qué pierdo esa emoción gigantesca de escribir y escribir cuando salgo de una librería después de hora y media o más de revisar títulos, leer reseñas, escudriñar índices, mirar carátulas insignificantes frivolizando a autores importantes y enalteciendo a desconocidos famosos del momento. Quería mencionar a ese poco conocido transeúnte, que quiere escribir algo mío sin que la editorial Planeta mezcle con autores de moda y confunda la nueva vida loca que lleva la España trashumante de Zapatero, o que, Alfaguara carcoma mi nombre en ediciones pirata.
-Te he visto caminar así mucho tiempo, me preocupas ¿qué va ha ser de tu vida?
-Mi vida, uhm. Qué poco importa en este instante más que sólo a Dios. Sí, estoy solo. No porque alguien me dejase, si no porque quiero estarlo hasta que maduren mejor mis ideas.
-Entonces, eso, nunca ocurrirá.
-Puede que tengas mucha razón o tal vez, siga yo equivocándome para luego encontrar lo que buscaba. Es que, estoy siguiéndole la pista a ella. En cuanto la tenga, me mostraré de nuevo. O continúe dándome de bruces una y otra vez. Hasta de nuevo sangrar e intentar volver al Psiquiátrico. Hace 17 años que no visito aquel lugar. Sí, tenía trece la última vez que mamá olvidó recogerme de aquel lugar y regresar a casa andando tranquilo. Aquella vez no quise despedirme de nadie. El médico dijo que ya no tenía que volver solo, la próxima sería acompañado de mi madre. Nunca fuimos.

Seguimos caminando y llegamos a sentarnos en una banca de la plaza de armas para continuar acompañados de, un cigarro él, y yo una botella de yogurt. Había pensando no responder a sus preguntas de una vez sentados. Y me encontré algo emocionado por la buena disposición de su semblante y compañía al tornarse más interesante nuestro encuentro casual. Mientras el reloj de la catedral cuyas agujas de fierro oscuro aseguraban acercarse a las tres. El sol de la tarde abrigaba un poco mi vientre refrescado por el sabor a lúcuma de mi bebida. A veces es bueno callar, sentarse en un lugar como éste y mirar la gente vivir sus vidas en una tarde cualquiera. No te aflijas tanto con tu silencio. A tu edad quizá estuviese interesado en otras cosas, quizá los hijos, la esposa o mi obesidad jugándome malos ratos con el sastre. No entiendo por qué te matas de hambre por un libro. Mírate, tu flacura era de envidia, hoy es de lástima. Me pregunto de qué sirve conservar bajo tu cama setecientos libros, más de la mitad leídos y, otros olvidados por tus nuevas adquisiciones. Muchacho, el libro de la historia de tu vida está escrita hasta el prólogo y con algunas notas introductorias, el resto, te hace falta robustecerlo con páginas escritas con sudor, algo de lágrimas y, la misma sangre que lleva desde el principio. Entristecí al oír aquello. Quedé frío por un instante. Me descubrí tendido en el piso abandonado como un cuerpo de indigente asesinado por indiferentes miradas transeúntes. Alargué los brazos y luego mis manos cubrieron mi rostro, jugaba con mi vista con los dedos entreabiertos, intentando escapar del frío del viento, tapo mis orejas para no escuchar el trinar de las palomas. Sólo verlas volar enjaulando mi visión. Cuando me libere, volaré...