sábado, diciembre 21, 2013

Ecuanimidad

       Y si el tiempo sólo consiste en dormir y despertar y luego hacer cualquier cosa. Algo que motive a mis piernas andar y a los brazos manipular. Y si cuando estoy enojado tengo grandes lágrimas de rencor que recorren mis mejillas y procuro lastimar mi frente por el fastidio que conduce a repensar las mismas palabras, los mismos pensamientos fecundados en un retrete o en una almohada-fuente de ideas tibias y delgadas, endebles; y burlarme de la imagen de mi rostro ante las demás ojos-vista de mi alrededor que juzgan con rabia o con risa sarcástica la ridícula impostura de mi peinado y senil mirada. De atormentar mi presente con las manías engendradas por la mediocridad de mis aspiraciones. El vuelo es corto mientras la altura de mis deseos cada vez se vuelven nimios. La fantasía (menos mal) se desvanece, es menguante también cualquier capricho. Cualquier insinuación.

       La ciudad se vuelve menos humeante y más oscura, la putrefacción de sus representantes cómo autoridades hiede entre las axilas de las calles cercanas a los comercios y las casas de desgastada nobleza. Acuden el smog y las mentiras de los ciudadanos a estremecer y apagar los balbuceos de párvulos envejecidos por las imágenes y la música de un momento que se obliga a perdurar en periódicos de oficial circulación...
Estoy pero cómo quedarme cuando mi presencia se vuelve intermitente, soy, pero el ser mi espíritu sigue merodeando entre subidas y bajadas de cerros y calles de basura existencialista y mascullo con los dedos mis pies el ánimo de desgarrar la violencia de los desorientados como yo, de la informalidad de la instrucción pública, la malformación de la disciplina policial y la línea oblicua de la ética de los políticos de la nación.

       En Arequipa la Esperanza es una mujer robusta y muy sensual, pero enana y su chatura física se vuelve sólida con la vitamina que le confieren en grandes lingotes las mineras. Su voz es dulce con el sonar de una billetera que asemeja un cascabel para infante nacido con sordera congénita. Si algunos logramos escucharla, la obesidad de sus mani-obrantes recula con inteligencia obcecada cuyo efecto es mordaz. Aspiramos los sordo-andantes a crecer como engranajes malformados por el esmeril  de una fe paterna mal nutrida e inoculada por sondas de fantasías andinas y letanías importadas. Doña Esperanza no es bonita pero su figura es exacta, su muslos firmes, los senos exactos a su porte, es que es joven y a todos atrae y convence.
      
       Y hoy muero al orden porque quiero, porque al deshacerme del desorden, rebusco por última vez en la habitación de mi cerebro el retrato pequeño del volcán paterno cuyo marco de cobre se dobla cada vez y afecta mi vista...