martes, noviembre 13, 2007

"Don Eusebio"

Su gordura es descomunal, sus pasos al caminar se afirman tristes y livianos por dos simples zapatos, que llevan en el interior extrañas suelas y plantillas hechas a base de felpa; cuyo cuero combina siempre con un maletín café, ambos, regalos de don Pedro P. Díaz. Nunca olvida llevar corbata y saco, las veces que no se los pone; le hace un tributo de grito silencioso a Fidel con la guayabera revolucionaria de una Cuba anquilosada en su miedo atemporal y, también el de siempre. Aunque, ya a medio día la corbata siempre está desajustada. Por la calle, la gente lo mira con graciosa hipocresía; los más pequeños le dan una sonrisa de maligna inocencia, las señoras de pueblo joven se regodean en el fuero interno de su ignorancia con adolescente maledicencia y, a las otras de ambiente in, les provoca recitarle la mejor versión de dieta americana o el cirujano plástico de mayor confianza y experto en tales menesteres, no sin antes, lamentarse por no ser demasiado prudentes con sus gestos evidentes de confuso asco y sorpresa.
Su nombre no importa, sólo a mí. Lo conocí en uno de esos días en los que inopinadamente por asuntos de mi oficio de vagocientólogo, toqué la puerta de su casa después de quedar absorto al mirar por la ventana de su sala: libros y libros. Tantos que, me provocaba una pena enorme si un incendio acabase con todos y yo no hubiera hurtado, al menos, dos ellos. Tiene una sonrisa exquisita, es cierto que, los músculos de su cara no le permiten ser más expresivo en momentos de quietud, pero, siempre su tez dibuja paz y alegría mientras habla. Rehuí ingresar a la casa. Lo poco que sé de él bastó para demostrar, sin exceso, mi admiración diplomática que aplico ante los individuos importantes de la ciudad (que se pueden contar como los dedos de una mano). Pensé que podría estar trabajando en alguno de sus proyectos de investigación antropológica, o quizá estuviese arremetido en la impronta descripción de alguna etnia preincaica en lugares alejados de ésta ciudad. Es que, no hay nativo más amante de su tierra que esté tan enamorado del hurgar en su pasado y el de todos, al menos en este rincón del planeta, únicamente él.
De lo poco que sé del historiador ya no importa. Es su presencia convertida en magnánima aquiescencia la que convoca contarles a mis lectores, el contenido del más mundano de los hombres sosteniendo a todos en su sólo cuerpo y paladar. Las comisuras de sus dientes revelan combates opíparos interminables en una juventud que ya resignadamente olvida. El erudito caballero no se esfuerza mucho en ser mi amigo y me convoca cada viernes a tener una disipante tertulia acompañados de café, no fuma al igual que yo, no por recomendaciones de oncólogo judío, sino por temor a que se nos quemen nuestros acompañantes albaceas de mentiras, medias verdades y una que otra versión de la Biblia editada en tiempos del virreinato, según él.
Este viernes -como todos- me obligo a llevar una botella de tinto sobriamente dulce, para; cubrir la mesa con algo que haga vernos la cara, hablar con los dedos, las copas con vino y los tallarines mezclados en ajo, cebolla, huevo y leche, aromatizados de orégano en la sartén, insinúen que somos los mejores “padre e hijo” que se odian mientras se alimentan, se aman mientras mutuamente nos volvemos a llenar las copas para champaña (a falta de las de vino), se respetan mientras uno escucha al otro y niegan su existencia cuando la noche acaba.
Olvidaste añadir el pimiento rojo. Y, la mantequilla que usas en vez del aceite tiene suficiente sal que no hace falta agregar más. Álvarez, te olvidas de muchas cosas y pretendes disimular qué poco me preocupo por lo que como, pero no. Hoy, terminas de malograr mi digestión al llamarme Eusebio que no me gusta, ¿qué clase de nombre es ese? No creo poder explicarle que, si mi padre estuviese vivo, contaría con la misma cantidad de horas y horas que sus narices respiran. Su mirada distraída mientras sorbe el vino es muy parecida a la de mi hermano mayor. Levanta más arriba el brazo izquierdo para darle al yaraví que suena en los pequeños parlantes empotrados en cada esquina superior de la sala, un tono acorde para la velada. El volumen de sus brazos desnudos ofende mi seriedad de monaguillo. Luego me mira con gesto de certidumbre. He notado desde el otro día, cuando visitamos la tienda de alquiler de películas que, tu rostro se parece al de algún muchacho de las carátulas de video, sí, he visto uno que recién acabo de recordar ¿qué dices? Mientras, pienso en responderle. Claro que sí, levanto mi voz de manera victoriosa, al de Rocco Siffredi, pero, luego mi voz se vuelve seca e involuntariamente digo, con un pequeño defecto. Me arrepiento de haberlo dicho y, él concluye ¿qué tan pequeño es? Cambia el estado de paciente espera con el de un mohín de catedrático conciliador. De todos modos eso ya no es para preocuparse, al menos a tu edad. Pocas veces me hacía sentir incómodo, creo que, esta vez no era una de esas, "aquello", en estos instantes no amilana mi ego imaginario de machito pipiléptico. Mis problemas de tal índole llevan a mi memoria buscar el día en que más me enfureció "aquello".

viernes, noviembre 09, 2007

Noticias

No quiero imaginar algo más, no puedo seguir siendo sincero y todo eso se vuelve demasiado falaz ante todo ser que me rodea. Había vuelto a pensar sin contar las horas en las que me dedico a existir. Todo acaba (ah, esa palabra “todo” me gusta mucho) pero el tumulto de personas que hacen un todo, me espanta. Mamá siempre me mira intrigada cada vez que pregunta si guardo basura en el tacho del baño o en mi habitación. Le respondo que no. Sin embargo tengo ese todo tan bien escrito que al final termina confuso en el agua del inodoro. Esa es una absurda manera de ahorrarse el papel higiénico, pero ¿no crees que es un tipo de medio ahorrativo?, es decir; en vez de gastar en papel en blanco mejor comprar un libro o libelos baratos para devorarlos sin remordimiento.

Acabo de tener una discusión con alguien que cada vez siente que le doy miedo. Me lleva veinte años, esa nimia diferencia se infunde en un abismal choque generacional que hace sin darnos cuenta pretender superarme y yo por estancarle, según mi arrogante suposición. No tengo títulos cómo él, no tengo camino recorrido ni siquiera a medias en cualquier materia estudiada en la universidad. No, no creo estar superándolo. Percibo que me tiene miedo por mi juventud más no por mi escasa e ínfima sapiencia. Se siente incapaz de discutir de literatura conmigo, él no sabe que me alimento de experiencia comentada o relatada con su actuar. No es un ejemplo idóneo pero, es el más cercano a mi círculo familiar que muestra mucho más defectos “humanos” y me encanta estudiarlo sin remordimientos.

He contado historias a mi trasero, por lo que me toca concluir. Contarle historias al mundo me parece pecaminoso si no destierro el residuo de inseguridad que me carcome ante la sociedad. Qué importa, todo sea por exprimir la naranja mecánica de mi cerebro. François Marie Arouet, es mi compañero de hazañas nocturnas después de reírnos con él y al lado de Donatien Alphonse François. Sí, para burlarnos y descubrirnos que hay un momento de nuestra existencia en el que el ser humano es el lobo que se disfraza de hombre para degollar a sus iguales.

Aquí, de nuevo solo, sesenta días después de llorar a Luciano y celebrar acompañado de Janis Joplin, pero no con un cigarro. Solitos, ella y yo. Recordando sardónicamente las veces que aún no la conocía y me encerraba en mi habitación, supuestamente para meditar, tapando las ventanas con frazadas, haciéndole el amor a maricucha con su vestidito de moño rojo para llegar a un paroxismo excitante acompañado de mi favorita de siempre: el Carmina Burana de C. Orff. Aquellos instantes in crescendo eran mi forma de sentirme cómo un héroe griego inmortal en plena batalla bañado de sangre y ejecutando al máximo enemigo, mi otro yo. Y ahora que, algunas veces pretende resucitar revestido de miedo cínico, me pide, que lo deje descansar. O que, vuelva a dejarme apresar.

Bolaño no me decepciona, me da mucha tristeza, sobre todo haber leído sólo un libro suyo. Y la más grande de las penas es que no volveré a leerlo dentro unos diez años. Lástima que muerto valga más que cuando en vida fue, será el mejor de su generación. Y sí, aún sigo soñando con los labios susurrantes de Norah sin llegar a eyacular en ellos…

Ah, de todas maneras Caracas (y otra ciudad) están en mi lista de itenerante necio...