martes, octubre 31, 2006

Tan triste y cholo

Cada vez que escucho involuntariamente: cholo soy y no me compadezcas…, me retuerce el dedo gordo del pie izquierdo. No puedo contener la rabia que me sobrecoge al oír tan mediocre canción. Es una declaración patética de la insoportable reafirmación de una condición y posición enajenadamente negativa del verdadero significado de ser peruano –si es que lo hay-. El intérprete dibuja a un ser humano carente de personalidad autónoma, la caricatura de una bestia de carga de dos patas, que vive donde nace y sobrevive en ninguna parte. Trágicamente se convierte en un himno a la imbecilidad que, impulsa a una represión silenciosa autorizada al mundo que le rodea. Me duele la cabeza de sólo pensar e imaginar sentirme identificado con ese cholo que Abanto Morales odia y detestó a partir del momento en que con una mediana fama y algo de dinero puesto en el extranjero se deshizo de su primer cholo amor y lo cambió por un compasivo gringo amor.

No soy indio y eso, me entristece. Soy cholo, no el que se compadece de sí mismo ante el espejo, cuando va al mercado, va de visita a Limón y duerme en Los Delfines con extrañeza de desubicación genética, o elige tener una primera dama de nacionalidad extranjera; no el que hace gala de sus viajes al extranjero para sentirse “alguien” importante y se convierte en alienado petulante, no el que pregona a los cuatro vientos tener en su sangre la filiación europea. Tampoco el que sale con una gringa francesa para pretender “mejorar” la raza, menos el que lleva un apellido de algún “ciudadano” inglés venido a menos a inicios del siglo pasado y disimular que es de “estirpe”.

Soy el cholo que de ccorito molestaba a sus hermanas con insultos en quechua –aprendido de las conversaciones de los lacayos de mi madre-, que llora con los dedos del mejor guitarrista del mundo nacido en Ayacucho; soy, el que alguna vez salió con una linda chola de cabello castaño, sutil blanco pálido rostro y un contundente nombre castellano. No tengo aspecto de indio –y lloro por eso-; aunque lo único que heredé de ellos fue la actitud que de repente descubro en la mayoría de todos nosotros; el sentimiento de natural sujeción: el retraernos ante alguien que suponemos superior a nosotros. No, nos engañemos eso lo sentimos todos más de una vez, es una tara congénita que algunos logran apartar y hasta desterrarla de su ser, son pocos pero son. Y otros se convierten en apostatas de cómica y huachafa zalamería. Algunos revientan en llanto irascible cuando presumidos ccalas se les enfrentan dándoles pastillazos de “ubicaína”.

Cholo soy y me duele no ser indio. ¿Qué es un indio? Un ser humano puro; que por dentro lleva una referencia ancestral poseedora de un poderoso pasado histórico y, por fuera un débil y tonto amasijo de incomprensible fiereza domesticable, a veces ridícula e insufrible, que reniega de su propia procedencia y disfraza cómicamente cuanto nace y vive con él. Las anécdotas históricas describen desde Atahualpa hasta Vallejo rostros bellos, seres humanos –indios- de imponente inteligencia y genio. A veces me parece un chiste de callejón algunas nuevas crónicas de revista dominical alumbrando nuevos chismes de la época. De Vallejo mostraron el lado feo de su vida y sólo para confirmar la tara congénita que circula en nuestra venas. Fotografías antiguas en blanco y negro se hacen cómplices de lo que percibo sin esforzarme, Martín Chambi se encargó de demostrar lo que la mayoría no descubre o no quiere admitir. Quería sorprendernos, quizá alertarnos, sin embargo aun hay ojos que no se detienen a escudriñar ante el suceso de todos los días.

Ser cholo es ser mestizo. Una mezcla mal intencionada, tal vez advenediza, impura e inferior mientras no se muestra intolerable a su perpetua involución. Una carga de hipocresía ordinaria y egoísmo inadvertido –nunca disimulado- en quien lo ejerce. Una farsa instituida que no podrá detenerse entre tanto no se revele así misma y muera de indómita degeneración.

¿Racista?, no. Lo que me molesta de mis paisanos es su falta de deseo de superación, de no intentar de una vez por todas convertirse en la futura masa de poder económico que se acepta así misma, prodigar lástima al mundo y, remilgarse en su mala fortuna de ser indio…